Proteger nuestras libertades: El cuento con moraleja de Venezuela
5 de agosto de 2024
Las imágenes de valientes venezolanos brutalmente reprimidos por las fuerzas represivas chavistas llenan a muchos estadounidenses con asombro y dolor. Durante 25 años, los venezolanos han sufrido las consecuencias de una mala decisión nacional en las urnas, que condenó a la antes próspera democracia a convertirse en una tiranía arruinada de la que han huido 8 millones de personas.
Aunque Venezuela está muy lejos de Estados Unidos, la historia de su caída sirve de advertencia sobre lo que ocurre cuando la gente permite que un gobierno paternalista emparejado con un dictador destruya las instituciones que velan por la libertad.
Venezuela no siempre fue el país en crisis que vemos hoy. Por el contrario, durante décadas fue una de las naciones más prósperas de América Latina, el destino preferido de miles de emigrantes de todo el mundo que encontraron un hogar para construir sus nuevas vidas.
Sin embargo, dos líderes socialistas tomaron el poder y todo cambió. Hugo Chávez y Nicolás Maduro emprendieron una guerra contra la libre empresa e impusieron un sistema económico socialista que puso de rodillas a la economía, condenó a millones de personas a vivir en la más absoluta pobreza y obligó a huir a más de una cuarta parte de su población.
Cuando los venezolanos protestaron, pronto descubrieron que las instituciones que se suponía que debían velar por las libertades económicas y políticas de los venezolanos trabajaban para el gobierno, no para el pueblo. Dejando a los venezolanos sin voz, sin recursos y sin voto.
Ningún país es inmune a esto. Ni siquiera la más fuerte y antigua de las democracias. Ni siquiera Estados Unidos.
Al fin y al cabo, Venezuela era un ejemplo de prosperidad y democracia en una región llena de dictadores de pacotilla y caos económico.
La caída de Venezuela
Durante décadas, Venezuela fue -en comparación con América Latina- una democracia estable y un país próspero. Era un ejemplo de libertad política en una región hostil a las democracias y proclive a las dictaduras militares.
Sin embargo, en 1998, todo empeoró. Hugo Chávez era un militar que lideró un fallido golpe militar en 1992. Aprovechando el descontento de la gente con la corrupción y el sistema democrático, ganó las elecciones prometiendo una revolución.
Ganó y cumplió su promesa, pero no como la gente pensaba.
Rápidamente reescribió la Constitución, llenó los tribunales con sus compinches, amontonó a los militares con sus amigos políticos y convirtió la junta electoral nacional en un apéndice de su partido político.
Después, se opuso a las empresas privadas y destruyó la economía nacional con políticas socialistas, llevando al país a la bancarrota y la hiperinflación. Venezuela pasó de ser un próspero paraíso tropical a un lugar donde la gente tenía que hacer horas de cola para comprar una bolsa de arroz y donde los precios se duplicaban en cuestión de días.
Cuando los venezolanos protestaron valientemente, el régimen respondió con una represión brutal. Cuando votaron, el gobierno robó las elecciones.
Millones de venezolanos huyeron del país, pues no veían futuro en la infernal crisis económica que crearon Chávez y Maduro.
Un cuento con moraleja
Estados Unidos es una democracia mucho, mucho más fuerte de lo que era Venezuela. Tiene la constitución más antigua y sabia del mundo libre, y goza de una prosperidad sin parangón.
Durante casi 250 años, los estadounidenses se han mantenido firmes en los principios fundacionales esbozados en la Declaración de Independencia y la Constitución de Estados Unidos. Este sólido compromiso con estos valores hizo de Estados Unidos un ejemplo para el mundo. Ese compromiso con la libertad convirtió a Estados Unidos en el mayor creador de prosperidad de la historia.
La prosperidad y la singularidad de Estados Unidos atrajeron a millones de personas de todo el mundo, incluidos millones de americanos, para construirse un futuro mejor.
Sin embargo, incluso los edificios más fuertes y poderosos pueden derrumbarse si no reciben un mantenimiento constante.
Estados Unidos es un país único, pero susceptible de sufrir amenazas a la libertad. Es responsabilidad de todos los estadounidenses trabajar duro para que este país siga siendo un faro de libertad para todo el mundo.
Los pilares de la libertad son la separación de poderes, la libertad de expresión y la libre empresa. Debemos trabajar duro para mantenerlos fuertes.
El Presidente Ronald Reagan dijo célebremente: "La libertad nunca está a más de una generación de su extinción".
En Venezuela, este dicho resultó inquietante y lamentablemente exacto.
Es trabajo de los estadounidenses asegurarse de que esa advertencia nunca se haga realidad en casa.