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Yo soy inmigrante

Yo soy inmigrante

(Originalmente publicado en El Nuevo Herald)

Yo soy inmigrante.

A la edad de cinco años mi madre y yo hicimos la travesía por barco para reunirnos con mi padre en Miami, en busca de la posibilidad de un futuro mejor. Mi padre había salido de Cuba un año antes, en una época donde escapar de Cuba clandestinamente podría costarle años de prisión. Por eso, su partida fue hecha en secreto en una calurosa noche de diciembre de 1979 con sus tres hermanos, todos dispuestos a arriesgarlo todo en el mar en un pequeño bote que habían preparado cuidadosamente para el viaje desconocido. Después de 11 días en mar abierto y numerosos encuentros con la muerte, mi padre y sus hermanos fueron rescatados por un buque de la Marina estadounidense.

Un año más tarde, mi padre logró sacarnos a mi madre y a mí en el éxodo del Mariel, un acuerdo mutuo entre Washington y La Habana en los años 80, que permitió la emigración de cubanos a Estados Unidos. Miles huyeron de la isla en busca de una vida mejor que la que su país podía ofrecer.

Este era el sueño americano.

El sacrificio que mis padres hicieron en plena juventud era enorme, pero la incertidumbre de dejar su tierra natal para iniciar una vida nueva en un país desconocido era una opción mucho mejor a la dura realidad de criar a su hija en una nación comunista.

Mi madre, que era enfermera registrada en Cuba, tuvo que trabajar en una tienda de ropa mientras aprendía inglés y estudiaba en las noches para obtener la certificación necesaria para trabajar como enfermera en Estados Unidos. Mi padre trabajaba como mecánico en un concesionario de autos. Tras años de arduo trabajo, lograron abrir una pequeña cafetería en West Miami. Mis padres nunca pidieron ayuda del gobierno, simplemente trabajaron. Y eso, diría yo, es lo que la mayoría de los inmigrantes hacen.

La mentalidad de correr riesgos es lo que muchos inmigrantes tienen en común. Por lo tanto, no es sorprendente que las encuestas recientes muestran que el 5.1% de los inmigrantes trabajan en sus propias empresas, en comparación con sólo el 3.7% de los ciudadanos nativos que trabajan en sus propios negocios.

Y es que los inmigrantes traen un conocimiento único sobre ciertas especialidades y con frecuencia crean puestos de trabajo para reactivar el comercio y la inversión en sus vecindarios. Con las condiciones adecuadas, los inmigrantes ponen negocios, contratan a trabajadores estadounidenses, y pagan impuestos en Estados Unidos.

Muchos inmigrantes no buscan la ciudadanía estadounidense cuando llegan aquí. La única motivación de mis padres era el deseo de ser libres y seguir trabajando duro, de ser compensados por sus habilidades y talentos en un país de leyes donde la libre empresa es protegida.

Esto sigue siendo cierto hoy día. De hecho, según el Centro de Investigación Pew, casi dos tercios de 5.4 millones de inmigrantes legales y elegibles para convertirse en ciudadanos americanos no lo han hecho aún.

Mientras Washington considera el giro que tomará la política migratoria del país durante los próximos meses, lo que debería estar en el centro del debate es el camino hacia el trabajo y la creación de empleo. Entender las contribuciones positivas de los inmigrantes ayudará a desarrollar políticas que aporten soluciones y un futuro económico mejor para todos los que vivimos en Estados Unidos.

Periodista y directora de comunicaciones de la Iniciativa LIBRE, una organización no partidista y sin fines de lucro que adelanta principios económicos que conducen a la prosperidad de la comunidad hispana.

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